Crucificada en el siglo XXI

Las llamadas entran una tras otra. No hay descanso. Son periodistas insistentes. También te llaman  amigos y familiares. Ese maldito teléfono no para de timbrar. Pero, ya no hay forma de devolver el tiempo, Julissa.

Decenas de costarricenses encuentran en la bandeja de entrada del correo electrónico un video íntimo de la reconocida modelo Julissa Pacheco con su exnovio.

No sabes qué hacer. No lo crees, parece una broma. Siempre has considerado normal que las parejas graben videos como un juego íntimo, pero no para que todo el país lo vea. Confiaste en tu exnovio. Julissa, ni siquiera imaginaste que esto podía suceder.

Lo peor es que apenas es el inicio de tu calvario. Fue un golpe a tu integridad. Un gancho directo a tu dignidad. En realidad no solo te crucificarán a vos, Julissa. También a tu mamá y a tus hermanas.

– Julissa, soy la periodista Mariel ¿qué nos podes decir de tu video con el muchacho?

Te quedas en silencio. Vas en el automóvil conduciendo y no sabes de qué te hablan. Tu abuelita, una de las personas que más amas, está sentada a la derecha tuya. Es un día normal, de hacer mandados y compartir con la familia, como siempre pasa. Pero esa llamada te deja completamente fría.

El video fue de aquel inolvidable fin de semana en aquel hotel de montaña. Lo que inició para recordar buenos momentos, terminará como el trago más amargo de tu vida.

Nunca pensaste que el video podía ser público. Ni siquiera supiste de qué te estaban preguntando. Regresás a tu casa y ahí comienza tu viacrucis. Pasarás por una serie de estaciones que te harán sufrir como nunca antes y públicamente serás juzgada y prácticamente clavada en un madero.

Esta vez se salió de tus manos. Un ataque masivo de llamadas no te deja en paz y decidís abrir tu computadora y resolver tu interrogante. Nunca te habías sentido peor. Es el precio de la vergüenza. Sentís de todo y te descomponés.

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Desde muy joven apareciste en el campo del modelaje. Por tu espectacular figura y el buen desempeño frente a las cámaras te convertiste en presentadora de televisión. Has conseguido un nombre, decenas de familias te miran en la televisión y eras la súper estrella familiar.

Pero ahora, Julissa, solo piensas en abrir un hueco y enterrarte. Querés desaparecer. No podés entender cómo algo tan personal, tan privado, está siendo visto por tantas personas. Lo peor es que las burlas y comentarios obscenos no solo son para vos.

Ves a tu abuelita llorar. Tu mamá también lo hace. Tus hermanas que te conocen de verdad te dan un gran apoyo, pero por dentro están destruidas. Tus mejores amigos te llaman. No les podés decir nada. El lenguaje de las lágrimas es universal. El juicio público inicia.

Tu nombre se vendrá abajo. Perderás tu trabajo y te abandonarán. Ellos cuestionarán el despido de la viceministra de Cultura Karina Bolaños por filmar un video para su amante “El Pekis”, años más tarde, pero a vos no te dieron el chance de dar explicaciones.

Trabajaste con ellos 7 años. Nunca fallaste.  Siempre puntual, no importaban las gripes o los dolores de estómago. Te entregaste al máximo con tanto cariño, pero ni siquiera te dejaron entrar a la empresa por culpa de ese maldito video.

Ese maldito video. No entiendes cómo se hizo público. Tu abogado dice que nada se puede hacer. Necesitas una explicación, solo tu exnovio tenía acceso y ahora el país entero te ve desnuda, con tu  pareja y aunque todos tienen relaciones, solo vos, Julissa, eres la mala.

Y fue por el internet por donde fuiste crucificada. Julissa la gente te trataba de zorra, de inmoral y te atacaban sin parar. Ninguno de ellos te conocía en persona, pero hablaban del video. Pero no solo  te atacaban a vos, sino a tu mamá en el vecindario, a tu tía en el salón de belleza  y hasta tu hermana y su esposo te prohibieron ver a tu sobrina. Sí, la pequeña que era como la niña de tus ojos. No la podrás ver por varios años.

Esas lágrimas en el rostro de tu mamá no las podés olvidar. Te duelen en lo profundo del alma. Algunos pensarán estúpidamente que lo hiciste por fama. Pero los perdonas, porque no saben lo que dicen. Nadie imagina el dolor que te rodea. Llamas a tu exnovio en busca de una respuesta, pero ni siquiera se atreve a contestar. A él prácticamente nadie lo criticó.

Pero Julissa, no fuiste ni la primera ni la última que vive una situación así. Quizá la primera mujer crucificada virtualmente fue Mónica Lewinsky, quien por casi una década permaneció en silencio.

En 1998, con tan solo 22 años, Lewinsky se enamoró de Bill Clinton, presidente de los Estados Unidos y, tras una relación extramarital fue fulminada por los medios de comunicación, familiares y personas que llenas de odio la emprendieron contra la joven. Unas grabaciones  privadas se hicieron públicas y el boom fue tal que su nombre aparece en casi 40 canciones de rap.

Lewinsky sufrió la crueldad de la revolución digital. Esta vez la noticia mundial no fue dada por la televisión o un diario. Sino fue de alcance mundial por tan solo un clic. Y a vos Julissa te pasó algo parecido. Internet mostró su voracidad. Los medios divulgaron tu caso de principio a fin. Dañaron tu imagen, tu nombre. No les importó el dolor ajeno. Te convertiste en un producto.

Confiaste en él. Te traicionó.  Los videos te mortifican la vida. Tu muerte es inevitable.

Ahora, Julissa, estás desesperada en tu cama. Llorás sin parar. Y multitudes te lapidan virtualmente. Ya son dos días sin salir de tu cuarto. Te tratan de mujer bonita-tonta y un montón de vulgaridades más. Ni siquiera las ves.

Aquel video se hace viral.  Quienes lo comparten olvidan que sos una persona. Olvidan que tenés alma, dignidad y que tu familia también siente cada insulto, cada noticia. Tu privacidad fue destruida injustamente. La humillación es tal que no se puede explicar.

Por dicha Julissa apareció tu amiga Glenda, la de la radio, y te levantó.  Ella fue como el  José de Arimatea que recogió tu cuerpo luego de la crucifixión. La depresión en la que estás no tiene precedentes, Julissa. Nada te llena.  Es el precio de la vergüenza.  Lo vivís vos y todos tus seres queridos.

Lo único que te da paz es aquel grupo de mujeres que te hablan de Dios y la relación con la humanidad. Te dicen que nadie te puede juzgar, que ni Dios lo hace. Y lo entendés. Ves que cada persona que te juzga es completamente igual que vos y no tienen por qué ofenderte.

Pero Julissa, lo que más te duele es el sufrimiento de tu familia. Aún no te explicas cómo te prohibieron ver a tu sobrina. Ese dolor permanecerá en tu corazón. Pero sobrevivirás, Julissa, y pronto terminarás tus estudios universitarios en relaciones públicas.

No fuiste la primera ni la última.

A partir de ahora escucharás de otras mujeres que sufren de este tipo de acoso. Su privacidad es violentada y su físico es exhibido por medio de fotos y videos en redes sociales. A vos también te dolerá. Sabrás lo que sufren ellas a su interno.

Decidís dejar atrás la depresión. Salís de tu casa Julissa, y en el taller mecánico no paran de insultarte. Te duele. Sentís que los hombres te ven como un pedazo de carne. Te irrespetan.

Solo la fe en Dios te da la fuerza para seguir adelante. La vida sigue  y tenés que seguir trabajando y estudiando. Crees que no estás pagando ninguna maldad, lo ves como una prueba que podés superar.

Y así será, Julissa. En 6 años, serás profesional, volverás a ser presentadora y te convertirás en una empresaria.

*El nombre de la protagonista ha sido cambiado respetando su derecho al anonimato.

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