La ilusión estaba elevada a la máxima potencia. El matrimonio Ocaña Espinoza cumplía un sueño. En Sabanilla, ellos abrían un consultorio médico. Una meta en común: sacrificios y anhelos. Pero la alegría duraría muy poco. Sin motivo alguno, quienes se hacían llamar sus socios comenzaron con una guerra en contra de ellos.
Yohel Ocaña creció en una familia unida, sus padres lo formaron con valores y llevaba una vida normal, hasta que cursó el noveno año en el Colegio Monterrey. En los primeros años Yohel pasaba desapercibido, él siempre luchaba por sobresalir en la clase pero no lo conseguía.
Sin embargo, logró captar la atención de los demás por ser el más fuerte bebiendo licor. Nunca se metió en drogas, pero el alcohol y la búsqueda de la aprobación de sus amigos lo fueron metiendo en problemas.
Por su parte, Carolina creció en un hogar con la protección de sus hermanos, una mamá muy presente y un papá muy ausente. “En el colegio fui bastante terrible, le di muchos dolores de cabeza a mis papás, me escapaba y era una adolescente rebelde”, explica Carolina quien años después concluyó sus estudios en Administración en la Universidad Latina.
Una vez que entró a la universidad trabajaba de día y por las noches estudiaba. Al llegar a su casa siempre llegaba directo a la cocina y allí su hermana junto a un grupo de estudiantes de medicina repasaban términos médicos hasta la madrugada.
Ahí fue donde se conocieron Yohel y Carolina. Nunca se imaginaron que años después estarían orando para que Dios los ayudara. El ambiente en el consultorio se complicaba. En un mismo edificio compartían oficinas con otros especialistas en medicina, pero la emprendieron contra esta pareja de jóvenes. Sus sueños parecían derrumbarse.
A este matrimonio emprendedor los trataban mal, los desprestigiaban y hasta el rótulo del consultorio médico amaneció lleno de pintura. Ellos no entendían qué pasaba. Ambos ingresaron a AFIHNEC recién graduados y empezaron a ver la mano de Dios. En un principio Yohel empezó a ir por obligación para conquistar a Carolina, pero Dios lo marcó desde la primera reunión.
Apenas concluyó sus estudios Yohel encontró dos trabajos en el Hospital Nacional de Niños. Dios le abrió unas puertas que nunca imaginó, pero ahora con la ilusión de tener su propia clínica el panorama se oscurecía. La idea surgió desde antes de casarse. El objetivo era dar un trato único, de calidad al paciente, pero cuando todo pintaba de maravilla, llegaron las incomodidades.
Para ellos todo fue un salto de fe. Le pedían a Dios que hiciera su voluntad y en cada paso que daban veían el respaldo. Así empezó la Clínica Corazón y Alma. En principio, era solo un cuarto atendido por Yohel, pero en sus oraciones siempre hablaban de clínica.
El Dr. Ocaña empezó a sufrir un trato despectivo en su consultorio. Había muchas envidias y solo las oraciones que realizaban les daban paz. “Entendí que el Dios que me enseñaron la Fraternidad estaba conmigo en todo momento y en cualquier lugar y entendí que todo iba a salir bien y si pasaba algo malo era porque iba a venir algo mejor”, comenta el médico.
Las dificultades continuaron un par de meses. Yohel y Carolina seguían orando para mantenerse firmes en la ruta hacia el sueño de la clínica. Siempre orando por la clínica, aunque él fuera el único médico. Así fue hasta el día en que decidieron partir en busca de otro local. Hoy la Clínica Corazón y Alma cuenta con más de 15 especialistas bajo una misma línea de dar un trato con amor.
Ahora, simultáneamente Carolina y Yohel impulsan una fundación para ayudar a las personas, donde existan médicos que oren por los pacientes y les den una atención especial. Estos jóvenes que una vez le presentaron sus proyectos al Jesús que hablaban en AFIHNEC, hoy oran para seguir creciendo. Hoy oran e incluso hablan de hospital.
Respeta al médico por sus servicios,
pues también a él lo instituyó Dios.
El médico recibe de Dios su ciencia,
y del rey recibe su sustento.
Gracias a sus conocimientos, el médico goza de prestigio
y puede presentarse ante los nobles.
Dios hace que la tierra produzca sustancias medicinales,
y el hombre inteligente no debe despreciarlas.
Dios endulzó el agua con un tronco
para mostrar a todos su poder.
Él dio la inteligencia a los hombres,
para que lo alaben por sus obras poderosas.
Con esas sustancias, el médico calma los dolores
y el boticario prepara sus remedios.
Así no desaparecen los seres creados por Dios,
ni falta a los hombres la salud.
Hijo mío, cuando estés enfermo no seas impaciente;
pídele a Dios, y él te dará la salud.
Huye del mal y de la injusticia,
y purifica tu corazón de todo pecado.
Ofrece a Dios sacrificios agradables
y ofrendas generosas de acuerdo con tus recursos.
Pero llama también al médico;
no lo rechaces, pues también a él lo necesitas.
Hay momentos en que el éxito depende de él,
y él también se encomienda a Dios,
para poder acertar en el diagnóstico
y aplicar los remedios eficaces.
Así que un hombre peca contra su Creador,
cuando se niega a que el médico lo trate.
Eclesiastés 38:1-15.
Fotografías:Pamela Jiménez
Johel Solano Castillo